Hasta siempre
Aún recuerdo allá por 1995 cuando en las oficinas de Colex Data oí por
primera vez un vozarrón seguido de un hombretón con bigote. Si te digo que no
me dio canguelo, simplemente te estaría mintiendo.
Luego aterricé en la calle Monterrey me dijeron que eras mi jefe y el canguelo se
elevó a ∞ J
Pasado ese primer susto lo siguiente que escuché de ti fue
un pedazo de carcajada de las que salen de dentro, de las de verdad y eso me
tranquilizó un poco (“si se ríe así, no debe ser mal tipo”, pensé)
Luego llegó un largo periodo en el que pasó de todo, discutí
contigo muchas veces, me reí contigo muchas más, trabajamos de lo lindo y te ganaste mi
respeto, admiración y cariño.
Madre mía, la de licencias que hicimos, de las manuales que
eran las más divertidas (Málaga, Cuenca, 5, Jaén, Alicante, 2), las interminables
pruebas de Phoenix, el Advocatus (del que no quiero ni acordarme). Han sido
muchas cosas las que recuerdo con algo de nostalgia (supongo que porque
entonces era más joven, al igual que tu) y con mucho cariño.
Luego, a pesar de las nuevas funciones que he ido
desarrollando, siempre me he sentido vinculada a ti de alguna manera y te he
considerado “algo mío”.
Pero en estos momentos me das algo de envidia. Tendrás tiempo
para hacer esas cosas que siempre quedan relegadas, podrás dedicar un valioso
tiempo a tus seres queridos que suelen ser los más perjudicados por los largos
horarios de trabajo.
Podrás también embarcarte en nuevas aventuras y, sobre todo,
disfrutar de la vida, que te lo has ganado con creces.
Te echaré de menos a ti, a tu risa, a tu presencia y a tus
abrazos de oso, que me encantan.
Hasta siempre, querido Emilio.
Paloma